domingo, 20 de septiembre de 2009

El arte como herramienta de transformación social y desarrollo

Reunión Comisión Directiva SADE Nacional

El arte se vincula con la superestructura social por su producción material, a través de diversas formas. Condicionado por la base económica, esta dependencia no es mecánica sino dialéctica. Se manifiesta entre otras cosas en la contradicción entre el vínculo social expresado por el arte y el vínculo social basado en el dinero.
En la antigua civilización griega, el artista creaba para la comunidad. Dice Marx: ”En la antigua Grecia el hombre es el fin de la producción, a diferencia del mundo burgués en que la producción es el fin del hombre y la riqueza el fin de la producción”.

En la Edad Media, la Iglesia reemplaza al Estado, se mantiene el carácter público del arte. En el Renacimiento, el cliente privado (príncipes, obispos, burgueses ricos) reemplaza al cliente colectivo (Estado, Iglesia). La obra de arte pierde el carácter público.
No se la visualiza como mercancía, forma parte de la vida cotidiana. El artista mantiene una relación personal con el destinatario de la obra, desde su protección directa (mecenazgo) o en la oferta que puede hacer un comprador accidental.
Para la sociedad de consumo la obra de arte tiene valor de mercancía. Mantiene el carácter privado pero con una diferencia, el artista produce para un consumidor que probablemente jamás llegará a conocer. Produce para el mercado.
Ese sistema fue produciendo una división más compleja. Surgen públicos diferenciados. Se desarrollan espacios específicos La obra de arte, creación de artistas que intentan transmitir su visión del mundo en movimiento, con sus interrogantes y
 sus contradicciones, es encerrada en la intimidad de las galerías, la solemnidad de los teatros, el silencio de los museos.El tercer milenio nace en el territorio del neoliberalismo. La libertad de mercado, así como produce la exclusión social, también significa la exclusión artística de la posmodernidad. Esta no es la misma que la de la modernidad, porque si bien en ésta, el creador podía debatirse contra las reglas del mercado, llegando, como sucedió en muchos casos, a morir en el anonimato, por la dinámica de los conflictos y el desarrollo de los pueblos, podía ser reconocido algún tiempo después, con la estatura que le correspondía.
Con el “fin de la historia” y la “muerte de las utopías”, la posmodernidad quiere determinar también, que del pasado no quedó nada. El creador que habite la “zona de exclusión”, no tendrá rescate. Será un desaparecido de la posmodernidad.
Como siempre, existe la decisión de cada artista o intelectual, para elegir en que sector se ubica.
Los iluminados y suntuosos portones que llevan a la “fama” y al “éxito”, están desbordados por las interminables e irrespetuosas filas de interesados, dispuestos incluso a eliminar a sus competidores
Las condiciones de ingreso, son más o menos claras: El intelectual o artista, no debe sentirse motivado por las esperanzas o frustraciones de la sociedad que lo contiene, debe crear de acuerdo a la demanda. Desde las mismas reglas que aquel que produce zapatos, salchichas o chicles.
Vargas Llosa


El valor de su obra se determina como cualquier otra mercancía. La libertad que le determina el mercado no está en su contenido sino en lo que vende. En este proceso, el creador mismo, se convierte en una mercancía más. Su alternativa, ya no es la de modernidad: trascendencia o anonimato, en las reglas del neoliberalismo es: éxito o exclusión. Naturalmente la producción intelectual o artística, en su mayoría, resulta mediocre, conformista. Las transgresiones son simplemente formales, y en muchos casos obedecen a un proyecto de venta.
Aquellos que rechazan las reglas impuestas por el mercado autoritario, se enfrentan inexorablemente con algunos angustiosos interrogantes.
¿Cómo transmitir su mensaje a una sociedad educada históricamente en la negación de sus raíces?
¿Cómo elaborar un diálogo con una mayoría invadida culturalmente por el pensamiento neoliberal?
¿No estarán condenados a ser una conciencia crítica, casi estéril, con el serio riesgo de provocar un entorno hostil, en tanto su obra o su análisis ponen al descubierto las debilidades y miserias de la sociedad?
En definitiva ¿Puede un creador tener significación, desde la “zona de exclusión?
Las respuestas a estas cuestiones, pueden ser individual y/o colectiva. Las dos parten de la misma definición de los movimientos populares, en cuanto a la construcción de una nueva política y a la recuperación de los valores éticos. Aquí es donde el artista o el intelectual, encuentra un espacio que el modelo neoliberal abandonó en el cesto de desperdicios: la ética.
El arte es una cosmovisión. Es concebir al hombre en relación con sus semejantes, con sus circunstancias, con el universo, consigo mismo. Es el espacio en el que se desarrolla la actividad creadora del hombre. La eterna búsqueda de la verdad, del bien y la belleza. Necesita de la libertad y ésta del arte en una relación dialéctica.
La libertad es un valor universal. Determina y se vincula a una cultura basada en el reconocimiento del derecho de todos, a la dignidad, al respeto, a la superación. Esta cultura es la búsqueda del bien a través de la belleza.
La libertad define la personalidad del individuo y de una nación. La creación artística debe contenerla hasta en la línea más imperceptible. La lucha por la vida y la libertad van creando nuevas respuestas en cada circunstancia. Por ello, el artista que las representa no se verá jamás frenado por la inercia estética, ya que su obra se alimenta de la permanente evolución del hombre y su historia. Su obra se verá infiltrada con y en el espíritu del pueblo y no le queda otro horizonte que comprometerse histórica, social y éticamente con el destino colectivo.
El artista no puede sentirse cómodo ni en éste ni en ningún otro mundo. Porque cualquier tipo de estructura ofrecerá resistencia a la satisfacción de su imaginación y de sus sueños. Por eso debe conocer, padecer, gozar el mundo tal como es, para conocer, padecer y gozar el resultado de su propia búsqueda: un mundo creativo.
La convicción y la decisión por enfrentar las barreras del mercado, tiene como herramientas fundamentales la pasión del hombre y la belleza. La belleza es entonces una cuestión de compromiso y de honestidad intelectual. Es cuando la estética se funde y se identifica con la ética.
El artista debe considerar en su camino y su búsqueda, la presencia de una sociedad que consume telenovelas, vaqueros y chicles.
El nuevo punto de partida debe afirmarse en una observación objetiva de la realidad social, tomando como base las señales emanadas del pueblo en su conjunto. Cuidar con suma atención, no reemplazar la vieja elite por una nueva. Crear una corriente que supere la liberación en un sentido estrictamente político. De lo contrario corre el riesgo de internarse en un arte nostálgico, en una división entre la vida moderna y el arte, lo cual significa el peligro de caer en una nueva alienación.
Dice Roque Dalton en un trabajo titulado: “Los intelectuales y la sociedad”"... la mayoría no puede leer, no digamos los periódicos, sino los letreros que indican que está prohibido continuar el camino porque ahí comienza otra propiedad privada”.
Si leer y escribir hoy es un privilegio, ¿No es más privilegio leer y escribir como puede hacerlo un intelectual? ¿De qué manera y en qué medida puede un intelectual poner sus conocimientos y sus teorías al servicio de un proceso de liberación nacional?
Michel Foucault dice que el intelectual ya no aborda lo universal, sino que trabaja en problemas específicos: vivienda, salud, universidad, familia, sexo, etc. Esto le produjo un acercamiento en dos sentidos, uno, al enfrentar luchas reales, cotidianas; otro, al encontrar los mismos enemigos que el proletariado y el campesinado: las multinacionales, el aparato judicial y policial. Surge el que Foucault llama “intelectual específico”, en oposición al “intelectual universal”.
El neoliberalismo tuvo desde sus comienzos, un tratamiento y un proyecto especial para la juventud. Todas las dictaduras militares caracterizaron la condición de joven como “sospechosa”. Acontecimientos siniestros como “la noche de los bastones largos” o “la noche de los lápices”, no están desconectados ni fueron obra de un militar delirante. Fueron capítulos destacados de la destrucción de la universidad y de la escuela pública. Durante la infame década de los 90’, fueron corrompidos hasta los centros de estudiantes, que en general, se convirtieron en una triste copia de los peores vicios de los partidos políticos.
En la crisis general de las instituciones, tienen particular relevancia, las que representan y contienen a la juventud. Las nuevas generaciones, formadas en un entorno de sus mayores sumergidos en el último escalón de la exclusión: la desocupación; sin ningún estímulo para encarar una carrera universitaria, frente a tantos profesionales sin trabajo; habiendo atravesado el mensaje cultural del menemismo, del “éxito” de la mediocridad y la corrupción; naturalmente expresan su rechazo a las instituciones tradicionales, en particular a la política.
La consecuencia es un sector encerrado en la individualidad, que en muchos casos, lo lleva a la delincuencia, la droga, o a distintas manifestaciones de violencia, incluso el suicidio. Pero también hay un sector que busca su identidad, intentando generar sus propias instituciones.
Para no alejarnos del tema de la cultura, vamos a referirnos sólo a aquellas manifestaciones cuyo eje es la actividad artística.
Se caracterizan por su resistencia a los espacios instituidos. Se manifiestan desde el uso colectivo y anónimo de las paredes, en algunos casos, excediendo la clásica pintada, llegando a artísticos murales; en músicos, grupos de teatro, mimos, estatuas vivientes, titiriteros, etc. etc. instalados en las calles, plazas públicas o en los medios de transporte, reclamando no sólo el aporte económico colectivo, sino también expresar su decisión de comunicar su arte o sus inquietudes, fuera de los espacios oficiales.
Incluye también, y muy especialmente, los abundantes centros juveniles de cultura, cualquiera sea el nombre que se adjudiquen, muestra cabal de la presencia de un proyecto, que envuelve sus códigos de lenguaje oral, hábitos, prácticas nuevas mezcladas con las heredadas de generaciones anteriores, particularmente con algunos indicios de recuperación de matices de la cultura popular y militante de los 70’.
En definitiva, la sociedad del nuevo siglo, cultiva dos visiones contradictorias. Una, la de la recuperación moral, de las banderas ecológicas, de los principios éticos en la política, en los medios de comunicación, en la economía. La otra, la del tremendismo de la decadencia, manifestada en el “aumento” de la delincuencia, el consumo de drogas, la corrupción política, empresaria y financiera, el analfabetismo, la extrema pobreza, etc.
Esto nos pone frente a una nueva contradicción, para alimentar la ansiedad colectiva. Nos pone en contacto directo con una realidad que podemos llamar maravillosa; no en el sentido que le daba alejo Carpentier, que deslumbrado por el paisaje caribeño, afirmaba que los surrealistas franceses no habían inventado nada. Decimos maravillosa en el sentido de que tanto desatino nos hace perder la sensación del asombro.
Eduardo Galeano nos recuerda “El asombro del mundo nos debe abrir los ojos”. Este es uno de los desafíos. Recuperar un arte que no se desasombre y le devuelva la capacidad de asombro a un pueblo que quiere y necesita creer que un país libre, soberano y justo, es posible.
Si el arte es, entre otras cosas, la sorpresa de lo maravilloso, tiene el compromiso de aportar a la reconstrucción de una sociedad que se vuelva a asombrar ante la aventura maravillosa de rescatar la belleza de un pueblo conviviendo en paz y dignidad.
Uno más de los sentidos del hombre es precisamente el de la belleza. Su percepción y búsqueda forman parte de la condición humana. Para desarrollarse necesita del acceso al conocimiento, el cual le fue negado históricamente a nuestros pueblos. Esta falta no significa matar el sentido estético. Este pervive a través del relato oral y de los muchos recursos del ingenio popular y busca modos de manifestarse. Todo lo que naturalmente pierde en las formas, es reemplazado por la contundencia de su contenido. Este fenómeno se ve contenido en el folclore que anida en el cimiento de los pueblos.
El artista, tiene un compromiso con la sociedad, con sus conflictos y aspiraciones. Su obra tiene que echar raíces en la autenticidad de lo que su tiempo le transmite y lo que él siente. La cultura a la que responde debe estar reflejada en lo que escribe o lo que produce. No se puede asumir la condición de creador sin hacerse cargo de ello. Ser artista, intelectual no es una condición social, es un compromiso.
Lo más sagrado del arte es ser fiel a esos valores que subyacen en lo más íntimo de cada creador El arte es verdadero si no se vende a modas, si es testimonial sin ser panfletario. Si nace de la profunda conmoción que la realidad genera en el artista.
La voluntad y conciencia de los pueblos en cada etapa histórica, resuelve, para bien o para mal, la expresión cultural que le corresponde y representa. El artista asimila, traduce y sintetiza esa realidad que comparte por ser parte de ese pueblo. Su tarea creativa, debe testimoniar y protagonizar los cambios que su tiempo y su conciencia reclaman. Debe asumir el rol de testigo insobornable y transformador de lo que expone a través de su obra. Su camino y su lenguaje es la belleza

sábado, 19 de septiembre de 2009

El artista y su momento histórico

El artista, frente al lector colectivo, que, en primera instancia es su pueblo, debe resolver una de estas opciones: la asimilación o el rechazo. En la primera, con una consecuencia ineludible. Su obra se verá infiltrada con y en el espíritu del pueblo y no le queda otro horizonte que comprometerse histórica, social y éticamente con el destino colectivo.En la segunda opción, le plantea un sentimiento de culpa o traición subconsciente.Las elites negaron y niegan al folclore, como niegan todas las expresiones nacionales y se refugian en la comodidad de la importación cultural. Estas elites, asociadas o al servicio del poder, ubicaron a la cultura en una región misteriosa de acceso casi imposible, donde sólo pueden convivir ciertos predestinados por vaya a saber que extraño y mezquino dios del paraíso cultural
Jorge Luis Borges.
Jorge Luis Borges, en un breve cuento “Historia del guerrero y la cautiva”, describe a un guerrero lombardo, que, encandilado por el peso cultural de Roma, cambia de bando en plena batalla y muere defendiendo a los enemigos de su pueblo:“Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás o que no ha visto en plenitud (...) Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos (...) Quizás le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada.” (El subrayado es mío) ( J.L. Borges: “El Aleph”. Ed. Sud Americana. Buenos Aires. 1967)Este cuento podría ser autobiográfico, no sólo de Borges, sino de toda una élite que desde el comienzo de nuestra búsqueda de independencia, decidió cambiar de bando. Roger Callois denomina a Borges como el “exiliado”. Esta condición de exiliado identifica a todo este sector que se siente y nos quiere hacer sentir como europeos.
Mitre
Este sentimiento de ser extraños en su país, es la base ideológica del proyecto político de la oligarquía argentina en el poder, a partir de 1853. Mitre, Sarmiento, Alberdi, Roca, son los representantes
Alberdi
“La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli, se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco, desde Paría, Londres, Ámsterdam, nosotros lanzábamos palabras ¡Partenón! ¡Fraternidad! Y en alguna parte, en África, en América, en Asia, otros labios se abrían “¡tenón!” “¡nidad!” (J.P. Sastre: Prólogo a “Los condenados de la tierra” de Fanon. Ed. F.C.E. México. 1963). Estas élites ven al país, al continente, a sus pueblos y sus orígenes, como la síntesis de la vulgaridad, la negación de “lo culto”. Según las modas o los polos de poder, para ellos, lo importante sucedía en París, en Londres, no importa donde, siempre lejos. Sólo supieron y saben traducir acontecimientos y valores producidos precisamente lejos de ellos. Jamás fueron protagonistas, creativos. Apenas imitadores y consumidores.Esta es en definitiva su propuesta, su proyecto: desde su tradicional posición de administradores de la cultura, reservar a los grandes sectores e la sociedad, el papel de simples y pasivos consumidores de un arte vacío de contenido humano, de sentido local, regional o nacional.Este desvarío pone de manifiesto las consecuencias del abuso de poder sobre los bienes de la cultura. Esta permanente pretensión de disfrutarlos como un privilegio, se corresponde con la inconsciencia con que produjeron el vaciamiento de la historia.
Los orígenes
El enfrentamiento entre las corrientes producidas por estas dos opciones, se pone de manifiesto desde los orígenes de
la Revolución de Mayo y permanece en la influencia sobre los creadores en cada etapa histórica.Nuestra literatura se afirma sobre indiscutibles raíces políticas, en los cielitos patrióticos de Hidalgo y Ascasubi. Y se continúa en una línea trazada por la presencia y la obra de Mariano Moreno, José Hernández, Esteban Echeverría, Almafuerte, Evaristo Carriego, Armando Tejada Gómez.
Si bien continúan profundamente influenciados por las teorías europeas, comienzan a generar una ideología propia. La cosmovisión de esta literatura, no abarca sólo el tratamiento de una temática “vulgar”, profundamente nacional y por lo tanto nueva en el mundo literario, sino la elaboración de un lenguaje, resultado de interpretar y asimilar las características del país y su habitante común.Independientemente de cualquier opinión crítica de esta literatura, lo fundamentalmente destacable es su sentido nacional, su compromiso histórico. Más allá de enfrentamientos y contradicciones, marca una seria preocupación en la búsqueda de la necesaria identidad nacional. Desde esta perspectiva y acción literaria, el país comenzó a entrever la posibilidad de una presencia en el mundo.
Los laberintos
Minada constante y elaboradamente sus posibilidades de desarrollo por los sectores de poder y los intelectuales a su servicio, cada generación posterior tuvo y tiene que desenredar la historia a brazo partido para encontrar el correcto punto de partida. Y muchos se perdieron y se siguen perdiendo en los laberintos, como los llamaba Neruda.
El intelectual latinoamericano está condenado a recrear el castigo de Sísifo. Sísifo, hijo de Eolo, fue el creador, según la mitología griega, de la ciudad de Corinto. Interesado en que Asopo, el dios río hiciera brotar una fuente en Corinto, le avisó que el autor del rapto de su hija Egina, había sido Zeus. Este, furioso, le envía a Tánatos (la muerte). Sísifo la encadena, como consecuencia ya nadie podría morir en la Tierra. Ares, el dios de la guerra libera a Tánatos, esta captura a Sísifo y lo lleva a los infiernos. Sísifo escapa. Pero Tánatos lo vuelve a capturar y lo lleva de regreso a los infiernos, donde es condenado a empujar un enorme bloque de mármol, desde el pie hasta la cima de un monte. Cada vez que llega a la cima, el bloque resbala y cae hasta el pie nuevamente y Sísifo debe empujar eternamente buscando la cima.Esta es la historia de pensadores y creadores latinoamericanos. Empujar el bloque de mármol de la identidad y la liberación, encontrándose periódicamente en el punto de partida.El creador en nuestro país, se forma en una estructura de educación y cultura que se caracteriza por el rechazo sistemático a sus raíces. Esto determinó la presencia de sectores que, para su mayor complejidad, es imposible diferenciar con precisión. Un sector comprometido con el poder autoritario. Otro, comprometido con su rechazo. Y con diversos matices, otro que niega o elude el compromiso.El primero, es el que celebra sin condicionamientos la aparición y acción de los conquistadores del continente. Fundamenta intelectualmente la presencia de “próceres”, cuya mayor realización fue el genocidio y el despojo de los habitantes naturales de estos territorios: el indio y el gaucho. Sostiene ideológicamente los planes que vulneran la soberanía nacional. Es un artista que pertenece al poder y rechaza la cultura popular. Es también un artista que en cada resurgimiento de la vida democrática, se siente rechazado.El segundo es un artista que vive en una sociedad que ha rechazado las pautas sobre las que intenta fundamentar su obra y vuelca su alienación, vale decir su obra, sobre aquella sociedad que la rechaza e intenta afirmarse en su conciencia, como punto de partida hacia su verdadera personalidad.El tercer sector rechaza el compromiso y se siente rechazado por los dos sectores anteriores.El hecho es que cualquier intento honesto por encontrar el camino hacia una verdadera conciencia y expresar las realidades de su tiempo y sus circunstancias, o lograr el estadio en que el compromiso parta del interior de cada artista hasta una escala de valores sostenidos por esas realidades, no puede ignorar o desechar a priori a ninguno de estos sectores.La literatura argentina tomó el triste camino de ser una copia de la literatura francesa, inglesa, y últimamente norteamericana.
Rodolfo Walsh
Desde luego que siempre cabe la consabida aclaración de “salvo honrosas excepciones”, no como una frase hecha ni para eludir el compromiso de una definición sino como honesto reconocimiento a quienes decidieron no aceptar espejitos de colores.
Como para no dejar este reconocimiento en una abstracción, quiero mencionar, sin intención de elaborar una lista definitiva ni excluyente, a Raúl González Tuñón, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti, David Viñas, Pedro Orgambide, Juan Gelman, Armando Tejada Gómez, Osvaldo Bayer. Jorge Boccanera, Rozitchner. Y muy especialmente a dos implacables y certeros cronistas de la decadencia argentina, Atahualpa Yupanqui y Enrique Santos Discépolo.De Tucumán, con el riesgo de los olvidos y el capricho de toda elección personal, Nicandro Pereyra, Manuel Aldonate, Eduardo Roszenzvaig, Octavio Cejas, Manolo Serrano Pérez, para nombrar a los más actuales.
Armando Tejada Gómez
Algunas propuestas
Retomar la línea ética que estamos señalando, no significa retornar al pasado, como más o menos proponen algunos dirigentes indigenistas. El artista debe considerar en su camino y su búsqueda, la presencia de una sociedad que consume telenovelas, vaqueros y chicles.El nuevo punto de partida debe afirmarse en una observación objetiva de la realidad social, tomando como base las señales emanadas del pueblo en su conjunto. Cuidar de no reemplazar la vieja elite por una nueva. Crear una corriente que supere la liberación en un sentido estrictamente político. De lo contrario corre el riesgo de internarse en un arte nostálgico, en una división entre la vida moderna y el arte, lo cual significa el peligro de caer en una nueva alienación.Si aceptamos que el artista no es un productor de entretenimientos que se puede “pagar” con algún premio, un viaje, o un rinconcito en algún suplemento dominical donde podrá anunciar un libro o los cambios climáticos en el Tibet, podemos llegar a deducir que es un elemento activo de la sociedad.En su naturaleza está inserto irremediablemente el sueño de un mundo distinto. Este sentido revolucionario debe estar contenido en la totalidad de su ser, entrelazando la teoría y la acción con la imaginación.La libertad define la personalidad del individuo y de una nación. La creación artística debe contenerla hasta en la línea más imperceptible. La lucha por la vida y la libertad van creando nuevas respuestas en cada circunstancia. Por ello, el artista que las representa no se verá jamás frenado por la inercia estética, ya que su obra se alimenta de la permanente evolución del hombre y su historia.Ningún individuo comprometido con la vida puede sentirse cómodo en un mundo estructurado sobre bases injustas.“El gran desequilibrio existe en la realidad. Existen unos que no tienen voz, que son marginados y explotados y existen otros que tienen privilegios y explotan a los demás. No se puede rezar el Padre Nuestro así, cuando existen hombres a quienes se les niega hasta su razón de existir” . (Monseñor Enrique Angelelli, Obispo de la Rioja asesinado por paramilitares en 1975) Es imposible pensar en un arte satisfecho. Dice Nietzche: “Ningún artista tolera lo real”. Porque no se tolera la realidad, entre otras cosas, se hace arte. Sin perder la conciencia de que no se puede ni se debe perder de vista la realidad. El arte es entonces, naturalmente transgresor, perturbador.El artista no puede sentirse cómodo ni en éste ni en ningún otro mundo, sin perder de vista que lo inmediato e ineludible es vivir en éste, Porque el mundo, con cualquier tipo de estructura ofrecerá siempre resistencia a la satisfacción de su imaginación y de sus sueños. Por eso debe conocer, padecer, gozar el mundo tal como es, para conocer, padecer y gozar el resultado de su propia búsqueda: un mundo creativo.“El campo del intelectual es por definición el de la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país, es una contradicción andante y todo aquel que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra.”. Documento de la CGT de Los Argentinos. 1968)

Palabras finales
Es evidente que en los últimos treinta años, las estructuras sociales cambiaron radicalmente. Pero el sistema de dominación sólo cambió de formas.La recurrida y glorificada globalización, no es otra cosa que una nueva versión maquillada del viejo imperio romano, la diferencia es que en lugar de desplegar sus legiones, ahora dispone de banqueros, economistas, periodistas, publicistas; en lugar de escudos y lanzas, sus elementos de dominación son el uso feroz de la ciencia y la tecnología, planes económicos salvajes, préstamos para el “desarrollo” y en última instancia, cuando es necesario dejar de lado las máscaras, la infantería de marina de los “países libres”. De todas maneras, el mundo es cada día más complejo, exige una mirada y una actitud mucho más abarcadora. Aquellos transparentes sueños de cuarenta años atrás, parecería que se murieron. Pero no de muerte natural. Fueron asesinados junto con muchos soñadores. El mundo es recorrido por vientos y discursos tan extraños, que la sola enunciación de inquietudes por una sociedad mejor, suenan extrañas y fuera de época. El final del siglo fue cubierto por una espesa niebla de desilusión. Ya no se trata de no lograr nuestros sueños. Se trata de que los sueños dejaron de existir.Este es uno de los derechos que debemos recuperar. El Derecho a soñar, El Derecho a tener ilusiones. El Derecho a imaginar que existe un futuro mejor. La capacidad de soñar es profundamente movilizadora.No hay persona más activa que la que se enamora. De otra persona, de un viaje, de un proyecto. Empujada por la emoción, esa persona escribe, comparte sus ilusiones, intenta arrastrar a los otros, desconoce los riesgos.Creo que este es uno de los aportes que el arte debería ofrecer a la época. Despejar las telarañas de la indiferencia, de la apatía, de la individualidad deshumanizada, de la mediocridad, proponernos, convocarnos a volver a enamorarnos de nosotros mismos y del semejante, cualquiera sea su rostro, su color, su origen.Y cuando esto se convierta en un verdadero metejón con la vida, atrevernos a hacer una cita con la esperanza, no allá lejos y hace tiempo, sino en una esquina del barrio.